jeudi 9 novembre 2017
mercredi 8 novembre 2017
vendredi 27 octobre 2017
Lied
Qué sola
quedaste
rodeada de
voces,
qué sola de
vos...
Qué sola
de cantos y
juegos de niños,
de tiempos
soleados y tibios
Qué sola
de tardes de
melancolía,
despierta de
noche
soñando de
día
Qué sola
del campo y
la lluvia de otoño
Qué sola
de pastos
quemados de frío
Anchura de
cielos barridos
de vientos
de arena y olvido
Qué sola
quedaste
rodeada de
voces
Qué sola
de vos...
lundi 26 juin 2017
travesía del invierno
las brumas frías
del día nacido
del día nacido
sombras de la noche
la bruma
el frío
el frío
ramaje helado
florecerás
en el estío
samedi 27 mai 2017
Bitácora de sentimientos 5
Primer amor
Por el cabello. Es verdad. Al verte en la foto recordé haberte visto
con el cabello más largo. Te prefiero como lo tienes ahora,
corto y un poco alborotado.
( De una conversación banal, entre buenos amigos)
Siempre aprecié el cabello corto en las mujeres, no la melenita convenida, prolija, sino la cabeza más bien desafiante y agresiva. Seguramente, secuela de un amor adolescente, de estudiante.
Era delgada, alta, sus hombros estrechos, su pelo castaño claro muy corto, peinado hacia un costado con un poco de gel -entonces gomina-, de labios finos y rosados en un rostro anguloso y sus cejas un poco rojizas. Tenía el aspecto levemente ambiguo de un adolescente andrógino. Venía desde Jonte y Artigas( supe después) en el colectivo 163, el mismo al que subía yo, pero en Nazca y Avellaneda, todos los días a la misma hora de la mañana. Íbamos hasta Rivadavia y Lacarra, en el vecino barrio de Floresta, yo rumbo al colegio industrial donde cursaba mi segundo año y ella a la escuela profesional que estaba detrás de mi colegio.
Recuerdo las primeras miradas furtivas, los primeros saludos con un pequeño movimiento de cabeza, y en los días siguientes los "hola", "buen día", y las cuatro cuadras caminadas juntos hasta Alberdi en donde nos separábamos, adolescentes tímidos y silenciosos, cada uno rumbo a su escuela. Primero fue un "chau". Un día fue "chau" y apretar su brazo subrepticiamente -en ese tiempo los adolescentes no se besaban al encontrarse o al despedirse, y menos en la calle- y otro día, con el "chau", fueron las manos las que se encontraron...
Y el fin de semana, eterno de ausencia, de angustia hasta que llegaba el lunes. Corría hacia la parada del colectivo, con el corazón que se me escapaba del cuerpo hasta que llegaba el vehículo, lo abordaba, sacaba el boleto y me volvía hacia el interior. Y allí estaba, parada, con su delantal blanco, almidonado, su cartera escolar, su cabello corto y en su rostro la línea de sus labios finos sonreían apenas. Pero sus ojos eran como una tempestad de alegría pudorosa y contenida.
Livia era su nombre, sus padres eran inmigrantes venidos del Ticino, un cantón de la Suiza italiana. Recuerdo aún hoy sus pequeñas manos frágiles, rojas de frío y sus mejillas un poco paspadas, en el invierno de 1956. Cuantas cosas primeras expresamos y nos dijimos, sin palabras, tomándonos fugazmente las manos, frías las de ella, húmedas las mías, para completar el "chau" mutuo con la voz íntima y trémula de emoción.
Y un día, fines de noviembre fue su mano en mi mejilla y sus ojos de reflejos ámbar en los míos. Creo que ese día aprendí, para siempre, la ternura y la gratitud. Pero de eso me di cuenta mucho tiempo después.
elprofe, café El Atilano, de Freire e Iberá
Por el cabello. Es verdad. Al verte en la foto recordé haberte visto
con el cabello más largo. Te prefiero como lo tienes ahora,
corto y un poco alborotado.
( De una conversación banal, entre buenos amigos)
Siempre aprecié el cabello corto en las mujeres, no la melenita convenida, prolija, sino la cabeza más bien desafiante y agresiva. Seguramente, secuela de un amor adolescente, de estudiante.
Era delgada, alta, sus hombros estrechos, su pelo castaño claro muy corto, peinado hacia un costado con un poco de gel -entonces gomina-, de labios finos y rosados en un rostro anguloso y sus cejas un poco rojizas. Tenía el aspecto levemente ambiguo de un adolescente andrógino. Venía desde Jonte y Artigas( supe después) en el colectivo 163, el mismo al que subía yo, pero en Nazca y Avellaneda, todos los días a la misma hora de la mañana. Íbamos hasta Rivadavia y Lacarra, en el vecino barrio de Floresta, yo rumbo al colegio industrial donde cursaba mi segundo año y ella a la escuela profesional que estaba detrás de mi colegio.
Recuerdo las primeras miradas furtivas, los primeros saludos con un pequeño movimiento de cabeza, y en los días siguientes los "hola", "buen día", y las cuatro cuadras caminadas juntos hasta Alberdi en donde nos separábamos, adolescentes tímidos y silenciosos, cada uno rumbo a su escuela. Primero fue un "chau". Un día fue "chau" y apretar su brazo subrepticiamente -en ese tiempo los adolescentes no se besaban al encontrarse o al despedirse, y menos en la calle- y otro día, con el "chau", fueron las manos las que se encontraron...
Y el fin de semana, eterno de ausencia, de angustia hasta que llegaba el lunes. Corría hacia la parada del colectivo, con el corazón que se me escapaba del cuerpo hasta que llegaba el vehículo, lo abordaba, sacaba el boleto y me volvía hacia el interior. Y allí estaba, parada, con su delantal blanco, almidonado, su cartera escolar, su cabello corto y en su rostro la línea de sus labios finos sonreían apenas. Pero sus ojos eran como una tempestad de alegría pudorosa y contenida.
Livia era su nombre, sus padres eran inmigrantes venidos del Ticino, un cantón de la Suiza italiana. Recuerdo aún hoy sus pequeñas manos frágiles, rojas de frío y sus mejillas un poco paspadas, en el invierno de 1956. Cuantas cosas primeras expresamos y nos dijimos, sin palabras, tomándonos fugazmente las manos, frías las de ella, húmedas las mías, para completar el "chau" mutuo con la voz íntima y trémula de emoción.
Y un día, fines de noviembre fue su mano en mi mejilla y sus ojos de reflejos ámbar en los míos. Creo que ese día aprendí, para siempre, la ternura y la gratitud. Pero de eso me di cuenta mucho tiempo después.
elprofe, café El Atilano, de Freire e Iberá
mercredi 3 mai 2017
Viaje de otoño
Viaje de otoño
Villejuif , otoño 2016
Ahora que había llegado seguramente se relajaría. Pero comenzaría el dolor. Sensación..? Difuso, constante, en ningún lugar preciso del cuerpo sino en su alrededor, como si doliera el aire de su contorno. Lo combatiría con el trabajo físico, que se siente en los músculos, las manos brazos cintura muslos. Aliviaría de lo otro, que lo atristaba.
Despeja el camino que atraviesa el jardín, llena cuatro grandes bolsas con hojas caídas, de bellos colores. Decide dejar las que cubren la hierba unos días más y comienza a podar la higuera desnuda, desmesurada.
Amaba esa época del año. El frío comenzaba a ser intenso, caía temprano el sol de fin de otoño -ya no subía mucho- y pegaba en los ojos, molesto. Y si no, era la lluvia y los grises, o el viento del este y la nieve y con ésta el silencio. Y la blancura del jardín por las mañanas y las huellas de gatos, pájaros y otros transeúntes de la noche y el amanecer, el olor de la leña y el humo de la chimenea contra el cielo. Ahora, sin la mirada honda de ella, nada era igual ni asombroso en ese suburbio europeo. Como que la belleza, lo que late en las cosas no existiera. Se dio cuenta de eso antes de regresar...
Buenos Aires, un domingo bello, fresco y soleado de primavera. Salió muy temprano al silencio matinal, huyendo de una noche de mal dormir, para entrar a lo que consideraba el peor día de la semana. Sin decidirlo especialmente se encontró andando en la ciudad, atravesando los barrios de la infancia -Floresta, San José de Flores- en los que algunas de sus calles se conservaban agradablemente intactas.
Caminó un buen rato, cuestión de ordenar sus ideas. Tomó por la calle Avellaneda , desde Nazca hasta Acoyte, dobló por ésta y marchó hacia Rivadavia. Cuando llegó, dobló a la izquierda decidido a visitar el Parque, distante 200 m. Entró. Los ajedrecistas ya estaban jugando, se detuvo a observar las distintas partidas en silencio. Luego los viejos discos y libros en sus escaparates y mesas, llenas de todo lo que se puede imaginar; los libreros amables u oscos, siempre buenos informantes, un par de parrillas que comenzaban a humear... Se quedó un buen momento en eso, sin noción del tiempo, como perdido y disimulando su situación ante él mismo, ya que nadie lo observaba; marchó con parsimonia entre las flores, los árboles diversos ferozmente frondosos, los niños que correteaban alegremente bajo el sol y sus padres que los vigilaban.
Llegó a una de las salidas sobre Rivadavia, reconoció le pequeña calle, Florencio Balcarce, y en la ochava norte el bar "El coleccionista"; cruzó la avenida descuidado, sólo oyó el insulto de un ciclista que lo evitó, sintió que no tenía la menor importancia. Llegó al bar, se acercó a una de las ventanas, miró dentro como buscando...
Se sintió angustiado. Y un idiota. Mientras giraba y retornaba por Rivadavia lentamente pero con paso seguro hacia el oeste, pensaba por qué toda esa banalidad? Pensó que el aspecto de las cosas siempre es el mismo. La carga emotiva o estética, o su falta, depende de la mirada. La mirada solitaria, la mirada de los otros, la mirada compartida con alguien, para bien o para mal. Por eso nunca se perciben de igual manera las cosas que conocimos otra vez. Todo lo determina la mirada diversa...
Descendió de la higuera, guardó la escalera, las herramientas, los guantes, puso a calentar agua en el mechero a gas que tenía en el pequeño atelier, y preparó el mate. Pensaba cómo hacer para convivir con esa obsesión dulce, instalada en él. En su cabeza? Y sí, no era en el corazón, como siempre se relató y se dio como ejemplo de tragedia, drama o comedia. Era en el pensamiento, siempre allí, durante el día, durante la noche. Le hablaba, discutía con ella. Si leía, o escribía, o hacía su oficio, siempre estaba. Era como tener dos o más percepciones simultáneas, paralelas, perfectamente separadas . Una percepción del afuera de sí, que captaba con sus sentidos todo lo que pasaba en su exterior, para ser inmediatamente analizado, y poner en movimiento todo el aparato sensorial, provocar las reacciones correspondientes: miedo, alegría , perplejidad, odio, asombro, curiosidad, aburrimiento, ansiedad, etc. Y la otra percepción, la de no estar solo, sino con ella instalada dentro de él, en su cabeza, testigo ella, observadora de toda su percepción y las reacciones que producía en él, callada, absolutamente activa en su observar, atenta, pero sin un gesto, sin opinión, sin reacción....Como constatando..? Estaba allí, porque él la llevaba, estaba con él porque era su deseo, porque no quería olvidar. Convivía con esa "obsesión dulce" porque lo deseaba intensamente, sin drama, sin grandes gestos, sin sufrimiento ni alegría, pero firmemente, porque de otra manera no podía ir más allá, era como que le faltaba un costado. Porque no estaba....
No concebía que la cuestión amorosa fuera ni una batalla, ni una conquista, sino algo mucho más raro, intenso, inevitable, profundo e improbable: un encuentro. Si no, es solamente atracción, pasión, necesidad, cuestiones estas que pueden estar contenidas en un encuentro. Pero que no lo son.
Pensaba que cuando alguien está en su situación es porque no abandona, no puede abandonar, porque es traicionar la capacidad de tener sentimientos muy anclados. Y ese sentimiento que porta en él, que no es común, que se desploma sobre uno en muy contadas y excepcionales ocasiones durante una vida, no se deja traicionar. Solo una palabra que manifieste dulcemente o con hastío e indiferencia, con enojo, o hasta con sorna pero claramente, puede decidir a "abandonar la partida". Nunca el silencio.
Nunca.
La tarde había declinado, solo un resplandor al oeste, la noche y el frío se posaban sobre las cosas.
Cerró el atelier.
Entró en la noche.
elprofe, bar Atilano, Freire e Iberá
Villejuif , otoño 2016
Ahora que había llegado seguramente se relajaría. Pero comenzaría el dolor. Sensación..? Difuso, constante, en ningún lugar preciso del cuerpo sino en su alrededor, como si doliera el aire de su contorno. Lo combatiría con el trabajo físico, que se siente en los músculos, las manos brazos cintura muslos. Aliviaría de lo otro, que lo atristaba.
Despeja el camino que atraviesa el jardín, llena cuatro grandes bolsas con hojas caídas, de bellos colores. Decide dejar las que cubren la hierba unos días más y comienza a podar la higuera desnuda, desmesurada.
Amaba esa época del año. El frío comenzaba a ser intenso, caía temprano el sol de fin de otoño -ya no subía mucho- y pegaba en los ojos, molesto. Y si no, era la lluvia y los grises, o el viento del este y la nieve y con ésta el silencio. Y la blancura del jardín por las mañanas y las huellas de gatos, pájaros y otros transeúntes de la noche y el amanecer, el olor de la leña y el humo de la chimenea contra el cielo. Ahora, sin la mirada honda de ella, nada era igual ni asombroso en ese suburbio europeo. Como que la belleza, lo que late en las cosas no existiera. Se dio cuenta de eso antes de regresar...
Buenos Aires, un domingo bello, fresco y soleado de primavera. Salió muy temprano al silencio matinal, huyendo de una noche de mal dormir, para entrar a lo que consideraba el peor día de la semana. Sin decidirlo especialmente se encontró andando en la ciudad, atravesando los barrios de la infancia -Floresta, San José de Flores- en los que algunas de sus calles se conservaban agradablemente intactas.
Caminó un buen rato, cuestión de ordenar sus ideas. Tomó por la calle Avellaneda , desde Nazca hasta Acoyte, dobló por ésta y marchó hacia Rivadavia. Cuando llegó, dobló a la izquierda decidido a visitar el Parque, distante 200 m. Entró. Los ajedrecistas ya estaban jugando, se detuvo a observar las distintas partidas en silencio. Luego los viejos discos y libros en sus escaparates y mesas, llenas de todo lo que se puede imaginar; los libreros amables u oscos, siempre buenos informantes, un par de parrillas que comenzaban a humear... Se quedó un buen momento en eso, sin noción del tiempo, como perdido y disimulando su situación ante él mismo, ya que nadie lo observaba; marchó con parsimonia entre las flores, los árboles diversos ferozmente frondosos, los niños que correteaban alegremente bajo el sol y sus padres que los vigilaban.
Llegó a una de las salidas sobre Rivadavia, reconoció le pequeña calle, Florencio Balcarce, y en la ochava norte el bar "El coleccionista"; cruzó la avenida descuidado, sólo oyó el insulto de un ciclista que lo evitó, sintió que no tenía la menor importancia. Llegó al bar, se acercó a una de las ventanas, miró dentro como buscando...
Se sintió angustiado. Y un idiota. Mientras giraba y retornaba por Rivadavia lentamente pero con paso seguro hacia el oeste, pensaba por qué toda esa banalidad? Pensó que el aspecto de las cosas siempre es el mismo. La carga emotiva o estética, o su falta, depende de la mirada. La mirada solitaria, la mirada de los otros, la mirada compartida con alguien, para bien o para mal. Por eso nunca se perciben de igual manera las cosas que conocimos otra vez. Todo lo determina la mirada diversa...
Descendió de la higuera, guardó la escalera, las herramientas, los guantes, puso a calentar agua en el mechero a gas que tenía en el pequeño atelier, y preparó el mate. Pensaba cómo hacer para convivir con esa obsesión dulce, instalada en él. En su cabeza? Y sí, no era en el corazón, como siempre se relató y se dio como ejemplo de tragedia, drama o comedia. Era en el pensamiento, siempre allí, durante el día, durante la noche. Le hablaba, discutía con ella. Si leía, o escribía, o hacía su oficio, siempre estaba. Era como tener dos o más percepciones simultáneas, paralelas, perfectamente separadas . Una percepción del afuera de sí, que captaba con sus sentidos todo lo que pasaba en su exterior, para ser inmediatamente analizado, y poner en movimiento todo el aparato sensorial, provocar las reacciones correspondientes: miedo, alegría , perplejidad, odio, asombro, curiosidad, aburrimiento, ansiedad, etc. Y la otra percepción, la de no estar solo, sino con ella instalada dentro de él, en su cabeza, testigo ella, observadora de toda su percepción y las reacciones que producía en él, callada, absolutamente activa en su observar, atenta, pero sin un gesto, sin opinión, sin reacción....Como constatando..? Estaba allí, porque él la llevaba, estaba con él porque era su deseo, porque no quería olvidar. Convivía con esa "obsesión dulce" porque lo deseaba intensamente, sin drama, sin grandes gestos, sin sufrimiento ni alegría, pero firmemente, porque de otra manera no podía ir más allá, era como que le faltaba un costado. Porque no estaba....
No concebía que la cuestión amorosa fuera ni una batalla, ni una conquista, sino algo mucho más raro, intenso, inevitable, profundo e improbable: un encuentro. Si no, es solamente atracción, pasión, necesidad, cuestiones estas que pueden estar contenidas en un encuentro. Pero que no lo son.
Pensaba que cuando alguien está en su situación es porque no abandona, no puede abandonar, porque es traicionar la capacidad de tener sentimientos muy anclados. Y ese sentimiento que porta en él, que no es común, que se desploma sobre uno en muy contadas y excepcionales ocasiones durante una vida, no se deja traicionar. Solo una palabra que manifieste dulcemente o con hastío e indiferencia, con enojo, o hasta con sorna pero claramente, puede decidir a "abandonar la partida". Nunca el silencio.
Nunca.
La tarde había declinado, solo un resplandor al oeste, la noche y el frío se posaban sobre las cosas.
Cerró el atelier.
Entró en la noche.
elprofe, bar Atilano, Freire e Iberá
jeudi 20 avril 2017
vendredi 24 mars 2017
Elogio de las islas
Cansado ya
de amores superficiales
-platónicos u otros-
desamores,
sospechosas transacciones,
olvidos
y otros vericuetos
del alma humana,
ancló en íntima,
necesariamente solitaria
isla.
Viaja en ella,
con ella,
en cualquier momento del día
o de la noche.
Le habla y
ella responde,
estudia sus silencios
sin impedir
los ruidos de la furia que lo rodea.
Es su vocación primera
recibir al náufrago,
contenerlo, abrigarlo,
darle de beber,
asegurarle su espacio,
obligarlo a que la habite
y de ese modo comience a oirse
a entender que
isla no es prisión
si no límite
que fortalece el alma,
isla es espejo sin imagen
en el momento de mirar hacia adentro.
De lo que vea dependerá
si quiere huir una vez más,
inconstante una vez más,
hacia el próximo naufragio.
O comprender que está
simplemente despojado,
ya,
de mezquindades,
miedos,
opresiones,
maldades,
tristezas,
y abierto
ya,
a la caricia de la brisa
o el frío de la madrugada
y al sol implacable de bondad.
Reparar y, sobre todo
renacer, ser parte
todos los días, de lo que haya qué.
elprofe, Café El Atilano, de Freire y Quesada
Navegando
en miserables sentinas
o aferrado a restos de sus naufragios,
esperando un latido,
un resplandor
escondido en la niebla
encalló al fin contra una isla,
airoso y triste,
"sin esperanza y sin miedo"
como enseña el cruel blindaje del dolor.
Islas,
amadas islas
en medio de nada
que acogen sin preguntar
ofrendan sin nada pedir
en el justo instante.
Dan de beber,
abrigan de paz,
silencios y rumores
venidos del tiempo.
Besar
su cuerpo
con gratitud.
elprofe, Café El Atilano, de Freire y Quesada
jeudi 26 janvier 2017
Albert Samain
Imprecisa, perdida en el fondo de las arenas monótonas,
Imprecisa, perdida en el fondo de las arenas monótonas,
La ciudad de otros tiempos, sin torres ni fortificaciones
Duerme el sueño último de viejas Babilonias,
Bajo el sudario blanco de sus mármoles dispersos.
Antaño reinaba; sobre sus murallas fuertes
La Victoria extendía sus dos alas de hierro,
Todos los pueblos de Asia asediaban sus cien puertas;
Y sus grandes escaleras descendían hacia el mar...
Vacía ahora, y para siempre silenciosa,
Piedra a piedra, se muere, bajo la luna piadosa,
Al lado de su viejo río, cansado como ella,
Y solo, un elefante de bronce, entre esos desastres,
Derecho todavía en lo alto de un pórtico quebrantado,
Levanta tragicamente su trompa hacia los astros.
traducción del profe
mardi 3 janvier 2017
Janvier
las
brumas frías
del día nacido
del día nacido
sombras de la noche
la bruma
el frío
ramaje
helado
florecerás
en el estío
florecerás
en el estío
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