Recordando un texto sobre
la lluvia
Hoy,
la lluvia dio
frescor
a mi alma.
Calmó el fuego
de mis secretos,
motor de mi vida.
La pasión
de la música
calmó la ansiedad.
Bajo la lluvia
fui invisible,
lavado
de toda mezquindad,
mojado
de belleza
a compartir,
pero ausente.
Por eso,
lluvia,
como disimuladas lágrimas,
compañera elemental,
antigua,
venida
del fondo de la existencia,
del fondo de todo,
sigues
siendo
“bondadosa”.
Como al comienzo.
Informe nocturno:
el sujeto llegó a su morada, ustedes lo vieron
bajar del vehículo, despedirse. Entró en silencio, fue directo a su habitación pensando en la
jornada pasada. Los barrios atravesados, las gentes, los compañeros, la música
todavía en sus oídos, la mirada sobre las cosas, tan diversa, tan rica.
Miró si tenía algún mensaje en la máquina. No era el caso. Volvió a la entrada
y se sentó en el canapé. Pensó que a esa hora, si hubiera estado en su casa y con
el corazón tan cargado, hubiera abierto la caja de la viola, la hubiera tomado,
y hubiera tocado. Seguramente elegiría qué tocar para que sonara su
instrumento, a esa hora, en ese momento. Como que era necesaria una forma de
convocar recuerdos, rostros, pasiones, melancolías, presencias -algunas
esquivas aunque amadas. Entonces la música que surgiera no sería azarosa,
tendría un
cierto sentido solo expresable con
sonidos y estructurado por los sentimientos. Y sería su voz. Como era la suya,
mezclada a la de sus compañeros en la necesaria y sana promiscuidad de expresar
ese torbellino compuesto de innumerables particularidades. Como el Universo.
Como el amor.
El
sol entre las tablitas de la cortina caía como caricia sobre su rostro. Se
despertó. Se vio en el canapé, vestido. Se duchó, se vistió. Escuchó el
pavoroso silencio de la mañana de domingo, la intensa luz del día otra vez
nacido.
Prepara el mate.
Ahora escribe....