Anne Egger publica en la editorial Fayard una sólida y muy detallada biografía del poeta, muerto en 1945
Hay fechas malditas para los poetas: el 11 de noviembre de 1918, Guillermo Apollinaire, cuya cabeza no había sido destruída por una esquirla de obús alemán, era enterrado luego de haber sucumbido a la gripe española; el 6 de agosto de 1945, el día de Hiroshima, la Agencia France Presse anunciaba la muerte de Robert Desnos en Terezin, en el fondo de la Chécoeslovaquia . Venía de Auschwitz y de Buchenwald, y luchaba contra el tifus acostado en un jergón entre los agonizantes.
La muerte que los kapos no habían logrado infligirle, lo atrapó en el mismo momento en que París festejaba su liberación desde hacía meses. El París donde niño, se embriagaba con las novelas de Alejandro Dumas y Eugenio Sue. El París de los pasajes secretos por los cuales vagaba con Louis Aragón, André Bretón, Paul Eluard, Phillipe Soupalt, buscando una Musidora o una Nadja. El París donde, cada noche encontraba a sus amigos en los boliches, - los jóvenes camorreros de “La Revolución Surrealista”- Henry Jeanson y sus amigos del “Canard” y del “Crapouillot”, el tan fiel doctor Théodoro Fraenkel, Alejo Carpentier y los fanáticos de música cubana, los habitués del “Baile Negro” y los “doudous”, esos norteamericanos que venían a inventarse sobre las riveras del Sena, John Dos Passos y Ernest Hemingway.
El París en el que junto a sus amigos de la radio inventaba el reclame radiofónico, donde cada día las imprentas de la calle du Croissant escupía los periódicos en los que nunca dejó de escribir sobre todo y sobre nada, porque había que comer y beber.
Pero sobre todo, ese París donde Youki, la mujer de su vida, lo esperaba desde el 22 de febrero de 1944 – el martes de carnaval! – en la calle Mazarine, de donde los esbirros de la Gestapo se habían llevado al resistente Robert Desnos “porque poeta”. Youki, a la que le escribía el 14 de julio de 1944 desde un campo nazi: “Nuestro sufrimiento sería intolerable si no pudiéramos considerarlo como una enfermedad pasajera y sentimental. Nuestro reencuentro embellecerá nuestra vida durante 30 años por lo menos (...). ¿Esta carta llegará a tiempo, para tu cumpleaños? Cómo hubiera querido ofrecerte cien mil cigarrillos rubios, doce vestidos de grandes modistos, el departamento de la calle del Sena, un auto y un ramito de flores. Durante mi ausencia, compra siempre flores, yo te las reembolsaré. Te lo prometo para después.” Robert Desnos acababa de cumplir 44 años y no hubo “después”.
Para restituir la muy productiva vida del “sereno del Puente del Cambio”, le fue necesario a Anne Egger nada menos que 1.162 páginas apasionantes, en las que muestra una erudición sin falta. Ella cuenta la vida de un hombre del siglo 20 que, antes de morir, lejos de Youki, fue reconocido por dos estudiantes en medicina checos, Joseph y Alena, que amaban sus poemas y que acompañaron su agonía. Tuvo así la suerte de no morir solo y anónimo como millones de otras víctimas. Su cuerpo fue incinerado junto a sus únicos bienes: un tatuaje dedicado a Youki y la flor que le había ofrecido Alena: “solo testimonio de la belleza, confió más tarde ella,que pude descubrir detrás de los alambres de púa de Terezin”.
Nicolas Brimo
“Le Canard Enchaîné”
(traducción: miguel)
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