Como
sonámbulo por las calles, su rostro transido, recuerda su voz, su aire, su
donaire, su mirar huidizo que parte como flecha de dulzura para fijarse en lo
hondo de uno.
Se para
frente al canal Saint Martin, sobre el puente Bichat. Una peniche
sale de la esclusa. Su rostro extasiado en el recuerdo: las tres cabezas asomadas al antro del "Taller de composturas de muñecas", con asombro de niños
bloquean la puerta bajo el cielo plomizo de Rosario. La cabeza de la
muchacha se avanza para observar mejor, su cabello lo roza. Arrima con levedad su rostro, respira el
tenue perfume de sus cabellos, se siente como un ladrón que no quiere robar,
avergonzado y triste, como con miedo de tanta felicidad posible, pasajera, una
ínfima fracción de tiempo por la que pasa lo inasible, lo perdido por no
comenzado, el dolor de lo posible no realizado. Y siempre ese miedo de herir,
ese miedo de la palabra a destiempo, los desencuentros, su irreductible respeto
de los seres, ese negarse conscientemente a imponerse...Abrió los ojos, la peniche ya estaba lejos, su mirada nublada de
recuerdos, lejanías, otearon el poniente rojizo. En la baranda
de la pasarela una paloma hacía equilibrio. Imaginó la tibieza entre sus plumas
mientras comenzaba a descender las escaleras.